13.6.14

Sabés qué, nena: incendiaría tu sintaxis para no volverme un poeta. Porque sólo me encuentro en el medio del hecho artístico cuando te imito. Habría que cerrarte la palabra ¿entendés? Decirte: mirá, nena, a partir de ahora no hablés más porque el mundo se esconde cuando asciende tu literatura y entonces qué cuando no existe, a qué recurrir para continuar el éxtasis cuando no estás. No hay justicia en tu inexistencia. Te deseo que todas las mujeres que conozca te adjudiquen un silencio irremediable. Si no, yo te haría escribir al revés el dolor –primero el símbolo, luego la percepción- para que no aprendas. Y no me vengan con que el punto y coma no es literatura; si sos vos. Te vendrían bien unos guantes de madera o un ansiolítico. Porque no se puede andar extrañando del mundo a cualquiera sin darse cuenta, sin quedarse a vivir con el desorientado, eso es Borges. A Cortázar se lo venera porque existirá para siempre, no porque renuncia pero no del todo a sus letras en un acto deliberado, pleno de misantropía. Y ser escritor no es fácil: se es poeta siempre o no se tiene que ser. No se tira al mundo bastardo y absurdo por la escalera para que tras la herida su piel se restablezca como si el golpe tuviera las propiedades de una cinta de video: se lo tira para siempre o se lo cuida de modo que continúe siendo el mismo. Para que la vida no tenga sentido, nena. Y si se cae, lo acompañamos al banco y llamamos a los arquitectos para que otra vez el Obelisco, para que otra vez los edificios. Quiero decir: yo nunca hubiera puesto en tela de juicio los semáforos si vos no intentaras cada tanto sabotear el orden de sus advertencias. Esto es una declaración de desamor. Porque desamar es querer ir en contra de la insistencia a existir: como no hacerle caso a un dolor inespecífico o salir corriendo antes de entrar al consultorio. Lo primero que se me ocurre es atarte las manos. Pero siempre vinieron tus fantasmas a deshacer las incongruencias de la soga y hubo que conformarse con la idea de esconderte: mirá, nena, no vengas ahora con que no existe lugar en el mundo que te oculte porque una vez coincidimos en que la infancia está vedada la presencia de espectros. Por eso, nena, sabés qué: incendiaría tu sintaxis, te condenaría a la infancia; lo haría, porque ahora tengo que atarme los cordones, bajar del colectivo, comprar cigarrillos y cruzar la calle, y cómo, cuándo, por dónde, tras qué color.

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